Miguel Ángel Sánchez de Armas: Juego de ojos: Afromexicanos

A riesgo de incurrir en la ira del fundamentalismo que hace tiempo satanizó
al azorado Memín Pinguín y mandó a la clandestinidad a los seguidores del
simpático retoño de doña Eufrosina, ahora que estamos en la temporada de
reflexión que une a creyentes legítimos con perezosos oportunistas me siento en
la obligación de abordar un tema asaz espinoso: la negritud mexicana.
¿Por qué nos da cosa hablar de negros e indios? Quizá porque somos un
pueblo crinolina, muy poco dado a la autocrítica e incapaz de asomarse al espejo
de Tezcatlipoca, como si por nuestras venas no corriese ni una cucharada de
sangre de las grandes culturas mesoamericanas y de las que arribaron del
continente que Conrad llamó El corazón de las tinieblas.
Reímos discretamente cuando nos topamos con danzantes ataviados con
taparrabo y penacho y juramos por la Cruz que nuestro México lindo y querido
está a salvo del racismo de los tales por cuales gringos … sí, los mismos que
acaban de llevar a una negra a la Suprema Corte y que tuvieron a un negro en la
presidencia.
En mis años mozos el “Negro” Martínez era el líder de la prepa, el “Negro”
Pérez el mejor fotógrafo de la Presidencia, el “Negro” Guzmán un reputado
periodista y la “Negra” Rosalinda una poesía regia. Rubén Álvarez, el “Negrito”, es
un alto funcionario del organismo hoy en la mira del pueblo bueno.
Pero son muchos los de serio color que reniegan y quisieran haber nacido
ojiazules, con pelo color mostaza y piel color panza de pescado. Pobres. Hace
años en una estancia en Berkeley me puede defender de una pandilla de Black
Panthers con el grito de “Black is beautiful … but Brown is more so…!”
Veracruz tuvo un gobernador de triste memoria -en un estado que se ha
distinguido en este terreno- que se indignó cuando una antropóloga quiso
entrevistarlo para un libro sobre afrodescendientes mexicanos. Al tipo se le
conoció como “El negro de la lotería”.

Juego de ojos
Miguel Ángel Sánchez de Armas

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En Puebla, las clases dominantes todavía recuerdan con repugnancia el
estudio de la Benemérita Universidad que reveló que más del 80 por ciento de la
altiva y engreída aristocracia vernácula, tan proclive al ceceo, tiene a negros entre
sus tatarabuelos.
(Pero es leyenda propalada por los envidiosos chilangos el que una doña
venida a menos haya prohibido a sus nietos la lectura de Darwin con la sentencia
de que ningún poblano cristiano descendía de los monos.)
Para abundar en la reflexión de la semana llamada santa, tomo prestados
párrafos de un ensayo de una talentosa investigadora, cuyo nombre, por razones
personales, guardo en reserva.
“¿Desde cuando hay negros en lo que hoy es México? El mundo académico
reconoce el arribo de negros africanos con la llegada de Hernán Cortés, quien
trajo como parte de su ejército a negros libres que participaron en el proceso de
conquista. Incluso uno de ellos, esclavo de Pánfilo de Narváez, fue culpado de
haber contagiado la viruela a los indígenas, [iniciando así] un proceso de
globalización microbiana y cultural y con ello también un estigma sobre los negros
en México.
“Otros académicos más atrevidos reconocen una posible presencia africana
en lo que hoy es México previa a la llegada de los europeos durante el siglo XV.
Basan su afirmación en un considerable record de piezas arqueológicas olmecas,
totonacas y huastecas con rasgos negroides, así como otras evidencias históricas
de exploradores, entre ellos Colón, que refirieron haber visto negros a fines del
siglo XV y principios del XVI en la zona de Panamá y las islas del Caribe
“Hay referencias históricas africanas que hablan de flotas que salieron
‘hacia el oeste’ y volvieron a África durante el siglo XIV. Esta presencia africana
prehispánica en las Américas no es aceptada por la mayoría de los académicos
mexicanos pues consideran que desmerece la importancia y riqueza de las
culturas nativas.
“[Cuando] el expresidente Vicente Fox dijo que los mexicanos hacían
trabajos ‘que ni los negros quieren hacer en los EEUU’, se activó la discusión
sobre el contenido racista de esta declaración y sobre el racismo en México.

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Miguel Ángel Sánchez de Armas

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También tras la emisión de las estampillas de Memín Pinguín se desató la
controversia de si existe racismo en México, a lo que un coro casi unánime
respondió con un “¡No!”, excepto las voces de los afromestizos de Costa Chica y
algunos académicos quienes analizaron a este personaje y lo usaron como
ejemplo para mostrar cómo son vistos los negros en nuestro país: caricaturizados
y ridiculizados. Se tiene licencia para hacer bromas sobre su color, sobre sus
características físicas y su forma de hablar.
“La imagen del negro que se presenta en los medios impresos en México
mantiene un estereotipo de salvaje, indomable, deseable sexualmente y que sólo
puede desempeñar roles de servidumbre. Ejemplo de esto son publicaciones
semanales como Rarotonga y Fuego en donde los personajes negros y mulatos se
presentan como bombas sexuales que fomentan un estereotipo que data desde la
época colonial como amantes o concubinas.
“Estas representaciones son tan fuertes que se reproducen en los roles que
desempeñan personajes negros y mulatos en el cine y en las telenovelas
mexicanas. Películas como Angelitos Negros (1948 y 1971), La maldición de mi
raza (1964), El derecho de nacer (1966) y Negro es mi color (1950), muestran
personajes avergonzados por su color y su raza, complacientes y dispuestos a
sacrificarse por sus patrones blancos: juegan el rol de la concubina que por su
color no debe revelar la maternidad de los hijos blancos que engendró con el
patrón, quien a su vez humilla y se avergüenza de los negros.
“La excepción hubiera sido La Negra Angustias (1949), que presenta a una
mujer negra revolucionaria e independiente que lucha por la causa zapatista y que
formó parte de las filas de un ejército de mujeres mulatas de Morelos y Guerrero
que en realidad existió. Sin embargo Matilde Landeta, directora de la película, tuvo
que cambiar el final para hacerla ‘vendible’, y en lugar de mostrar a una mujer
independiente que sigue en la lucha revolucionaria, presenta a una mujer que
deserta del ejército, termina casada, con un hijo y lavando pañales pero ‘feliz’.”
10 de abril de 2022