Miguel Ángel Sánchez de Armas – Juego de ojos: Anna Politkovskaya

A pocos lectores les dirá algo este nombre, pero deben saber que en el
escenario de la lucha de los ucranianos contra el fascismo ruso, vive el recuerdo
de esta mujer cuya sangre se derramó en nombre de los defensores de la libertad
de expresión en todo el mundo.
(Escribo “fascismo ruso” como si fuera “fascismo soviético” o “totalitarismo
nazi. Vladimir Putin es la reencarnación del Stalin que masacró a los kulaks, del
Beria que ordenó el asesinato de Bábel y del Hitler que deliró con la operación
Barbarossa.)
Anna es una reportera. El sábado 7 de octubre de 2006 su cuerpo baleado
apareció en el elevador del edificio moscovita en donde vivía. En el piso
encontraron una pistola y cuatro casquillos percutidos.
Nadie sabe quién la asesinó, pero el “caiga quien caiga” y el “hasta las
últimas consecuencias” -en ruso, camaradas- fueron repetidos incansablemente
en la radio, en la televisión, en los diarios y en las revistas de la antigua capital
zarista con el mismo fervor con que hoy el Kremlin asegura que en Ucrania
combate al neonazismo.
En materia de declaraciones tronantes ningún gobierno en la historia ha
dado muestras de inteligencia… y no se diga de eficacia: larga es la lista de
asesinatos de periodistas que aguarda ser esclarecida.
¿Por qué digo que Anna “es” y no “fue” una reportera? Porque en este oficio
cuando la muerte llega, la palabra se queda en el mundo, y periodistas de los
rincones más distantes guardarán luto, repetirán un nombre y dirán en voz alta
que esta muerte no fue en vano.
Anna Politkovskaya era una estrella del periodismo de investigación ruso.
Durante la guerra en Chechenia fue una espina en el costado del siniestro Putin.
Documentó la represión sistemática del ejército sobre la población civil, el drama

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de los campamentos de refugiados y el lamentable estado de los hospitales.
Después se atrevió a ponerlo todo en un libro que levantó oleadas de indignación.
Esta colega nunca se dejó intimidar por las amenazas, como la del oficial
del ejército Sergei Lapin, quien virilmente juró vengarse de esa vieja tal por cual e
hija de la chin… (стар как для чего и сукин сын … mis disculpas por las faltas de
ortografía, mi ruso ya no es lo que fue), luego de que Anna le documentó
violaciones a los derechos humanos de algunos cientos de chechenos.
Como buena ciudadana, Anna se quejó ante la autoridad. Lapin fue
arrestado, pero, ¡oh sorpresa!, se le puso en libertad y el ministerio público se
desistió de la acusación. Ver para creer.
Poco tiempo después, la hija de Anna fue agredida por desconocidos que
intentaron abrir su auto. Escapó milagrosamente.
En septiembre del 2004 Politkovskaya viajó a Beslán a cubrir el drama de
una escuela secundaria tomada por terroristas chechenos e ingushes. En el vuelo
desde Moscú bebió una taza de té y cayó fulminada con síntomas de
envenenamiento. Como a ningún otro pasajero le hizo daño el desayuno que los
diligentes sobrecargos de Aeroflot ofrecieron durante el vuelo, uno puede suponer
que la pobre Anna tenía muy mala suerte.
En Beslán, el drama culminó en un “lamentable saldo”: más de 335 muertos
(156 de ellos niños), unos 200 desaparecidos y cientos de heridos. He aquí el
fragmento de una crónica de aquellos días:
“A las 09:30 hora local del 1 de septiembre del 2004 (la mañana del primer
día de las clases de otoño), un grupo de unas 30 personas armadas llegó en
camiones militares GAZ-el Y GAZ-66 e irrumpió en el Colegio de Enseñanza
Media Número Uno, cuyos alumnos tienen entre 7 y 18 años. La mayoría de los
atacantes llevaba pasamontañas negros y unos cuantos llevaban cinturones
explosivos. Tras un tiroteo con la policía en el que murieron cinco agentes, los
atacantes se apoderaron del edificio, tomando como rehenes a 1,181 personas, la
mayoría menores. Unos cincuenta rehenes consiguieron huir en el ataque inicial.
Hubo confusión sobre el número de rehenes que había en el colegio: el gobierno
sostenía que eran algo más de 350, pero otras fuentes elevaban ese número a

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1,500. Más tarde, se oyeron varios disparos provenientes del edificio, que algunos
pensaron que fueron para intimidar a las fuerzas de seguridad rusas. Después se
reveló que los atacantes habían matado a veinte hombres adultos […] y habían
arrojado sus cuerpos fuera del edificio ese mismo día. Una terrorista detonó su
cinturón explosivo, al parecer por error. Nadie más resultó herido.”
Oleg Panfilov, director del Centro para Periodismo en Situación Extrema de
Moscú, dijo que cuando sale el tema de si en Rusia hay un periodismo honesto, el
nombre de la Politkovskaya inevitablemente aparece en la conversación.
Hace unos días Laura Aragó escribió en La Vanguardia: “Putin quiere ganar
la guerra militar y la informativa. Mientras los tanques avanzan sobre territorio
ucraniano, las autoridades estrechan el cerco sobre los medios de comunicación
rusos. Tres días después de la invasión, el ejecutivo ordenó que se retiraran los
términos ‘invasión’, ‘ataque’ o ‘declaración de guerra’; […] el Kremlin bloqueó el
acceso a Facebook en el país en respuesta a la “censura” de cuentas de medios
rusos […] también ha vetado Twitter, que se había convertido en altavoz del ‘no a
la guerra’”
En el futuro, las crónicas de Anna serán el territorio y el camino a la verdad,
de la misma manera en que ocho décadas después, las crónicas de Vasily
Grossman nos desvelan las brutalidades de las hordas teutonas en los mismos
campos y valles en donde hoy atestiguamos las brutalidades de las hordas rusas.
3 de abril de 2022

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