Desde Las Fuentes
Continúa la oleada de aranceles con la que inició el segundo mandato del ejecutivo estadounidense, prometiendo ser la insignia de un nuevo gobierno fundamentado en un discurso meramente empresarial, que promete resultados históricos que harían de Estados Unidos una nación rica nuevamente, revirtiendo el déficit comercial que, de acuerdo con Donald Trump, es la prueba de que el resto del mundo lleva años abusando de su país.
La imposición de dichos aranceles ha obedecido a una lógica simplista, definida por Trump como una acción «recíproca» tras décadas de aprovechamiento por parte de los competidores, cuyas medidas proteccionistas han dañado severamente las exportaciones estadounidenses, fundamentado en el incremento en 2024, del 17% en el déficit comercial en relación con el año anterior, lo cual fue calificado como una emergencia nacional por parte del presidente.
Sin embargo, esta postura implica ver la economía como si ésta obedeciera una lógica empresarial de intercambio de bienes y servicios, y dejando de lado otros componentes esenciales de mediano y largo plazo.
Lo primero que se debería señalar al respecto, es que la balanza comercial y la balanza de pagos son indicadores que miden el flujo de bienes y servicios, así como de capital, lo que refleja los movimientos financieros, pero no necesariamente la salud de la economía de un país. Para esto último, se deben considerar otros indicadores como el Producto Interno Bruto (PIB), la inflación, la inversión extranjera (directa e indirecta) entre otros más que reflejan en su totalidad el estado de la economía nacional.
Teniendo esto como base, hay que señalar que la postura proteccionista estadounidense evoca a la histórica idea de que las restricciones a la competencia extranjera ayudarán a la industria nacional, la cual, con menos competidores externos, tenía la oportunidad de aumentar sus beneficios y emplear a más trabajadores locales. También compensaría la balanza de pagos y contribuiría a la capitalización del país, atendiendo, lo que el presidente estadounidense denomina como un desequilibrio estructural.
Sin embargo, la principal preocupación dentro y fuera de los Estados Unidos es que las medidas propuestas por el Ejecutivo realmente tengan una correspondencia con la dinámica económica nacional e internacional, fundamentada en el libre cambio de mercancías, capitales y personas. De entrada, se espera que en el contexto actual, los aranceles tengan como primer efecto un aumento de los precios, precisamente cuando Estados Unidos y el mundo comenzaban a superar la ola inflacionista de los últimos años.
Al exterior, prácticamente todas las economías han sido afectadas, considerando que los aranceles han sido dirigidos a las naciones que suministran una amplia variedad de bienes a los Estados Unidos, siendo éste último el país número uno en importaciones en el sistema internacional.
La primer economía afectada ha sido China, en el marco de la guerra comercial que sostuvo desde su primer mandato. Le siguen la Unión Europea y América Latina, con países como Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Haití, Honduras, Panamá, Paraguay, Perú, República Dominicana y Uruguay.
México, por su parte, quedó fuera de esta nueva ronda de aranceles, al igual que Canadá. Ambos países están cubiertos por el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), que establece condiciones preferenciales de comercio.
Y al interior, en la economía estadounidense, el panorama no resulta tan favorable, pues los efectos de los aranceles ya se empiezan a resentir en el incremento de precios de los automóviles, los productos electrónicos, los comestibles, los licores, la madera y la gasolina como consecuencia de ello. A mediano y largo plazo, se espera que todos los sectores económicos tengan impacto, generando reacciones entre todos los grupos que administran la economía norteamericana.
Finalmente, vale la pena señalar que el manejo de la economía de un Estado es más complejo que la administración de una empresa, razón por la cual, se requieren estrategias que atiendan las problemáticas, pero también promuevan el desarrollo sostenido de un país. Por el momento, nuestro país se ha salvado de las medidas, debido al amparo que representa el proceso de integración de la región a través del T-MEC.
Lo preocupante, y en consecuencia, la prioridad de México deberá ser promover una renegociación del T-MEC con miras a mantener la integración de la región; es una tarea compleja que requerirá gran trabajo y coordinación interinstitucional, en medio de una estrategia comercial estadounidense que ya ha trastocado los lazos diplomáticos, sacudido los mercados y conmocionado a industrias enteras.